Es curioso como cambia el ser humano, cuando eres pequeño lloras casi por cualquier cosa, por que te han quitado un juguete, porque te has rascado la rodilla con un muro de piedra, por el ceño fruncido de tu madre... cada pequeña cosa es un mundo... Yo solía pensar que una cosa que se rompía era irreemplazable, lloré mucho cuando un niño de mi clase en cuarto curso me cogió mi "onda manía" (ese chisme parecido a un muelle que bajaba escaleras solo) e hizo de ella un ovillo de plástico retorcido, fue toda una desgracia, estuve intentado desenredarla horas y lo único que conseguí fue obtener dos onda manías enredadas... Luego me di cuenta de que solamente era un objeto, y que se podía comprar otro igual y además por poco dinero.
Luego viene la adolescencia, esa época negra que temen todos los padres, con toda la razón del mundo, y que una quiere obviar cuando se hace adulta pero que le persigue en forma de diario... cuántas gilipolleces se escriben en un diario.... La gente los guarda como recuerdo... yo arranqué todas las hojas, las rompí en pedacitos pequeños y las esparcí por varios contenedores, por si acaso algún loco energúmeno se le ocurría la idea de buscar todos los trozos, unirlos y leer toda aquella sarta de gilipolleces. También lloraba mucho... Pero todo cambia, aprendes a reprimirte tanto que se forma una pelotita de nervios en tu pecho... que si problemas familiares, que si tu vecina de abajo es una hija de puta drogadicta, que si tu casera es la hija tonta de la Barbie, que si los perros del vecino no paran de ladrar, que si el dueño de los susodichos perros es un cabrón con tendencias homicidas... y un largo etc... cada uno de esos sucesos hacen que esa pelotita crezca y crezca hasta ese día, el día en que definitivamente esa pelotita ha pasado a convertirse en una pelota de NIVEA, grande y frágil, cualquier golpe mal dado puede hacer que reviente. Así que espero que cuando llegue el momento de la tremenda explosión no os pille en un radio de 5 Km. El que avisa no es traidor :)